Thursday, February 02, 2006

El Deshuesado (parte II): Testimonio del Deshuesado


Sin duda, lo mío es rebuznar. Podría, por supuesto, aferrarme a las paredes, treparlas. Callar el chillido en la hechura obstacular. Obstaculizar con vendas el advenimiento del megafónico desgarro. Trepar las tripas hasta caerme y enmudecer. Se desplaza el éxito si el destierro no tiene pies ni cabeza. El rebuzne o el indómito testimonio del deshuesado. No hay piedad para los huesos en la nueva sinfonía. Imprecación / Coronación: el precio del éxito. Disuelto. Entre paredes, se demora el sonido, sección anónima, heroica disección para extraer las tripas de su muleta: ya no. Tiene sentido este vacío. Acaso correr. El ocaso hacia el que descorrer el camino: es el precio de. Correr, acaso, el éxito. O mediante algún extraño y hábil ejercicio de metamorfosis, volverme uno con ellas. Con las tripas, con las paredes. Aunados en el éxodo, lo mío es rebuznar. No hay caso. Es demasiado fatigoso. El éxito. Granulación del viaje, fonética del éxodo. No hay más: Ex. Lo sé. No hay ex. Más séxodo. (Aquí habría que esquilar la letra y su casi tanto. No empalar, eso es viejo ya, sino interrumpir la huella al sobrevuelo, las sobras del bozal. De nuevo, la transmisión). Por lo demás, aquellos procedimientos no serían de ninguna utilidad en lo que hace a la detención (o eliminación) del sonido en cuestión. Rupturar el rebuzne, en lo que hace al deshuese. Cuestión de reflotar un olvidado clamor. Inocularán vendas a los cuatro vientos, para aunarme babeante a las paredes. (No hay caso, establece el éxito. Sería yo, simplemente, una pared que rebuzna. Sería un yo, simplemente. Inoculado. Dirán en el éxodo: el títere vendado por dentro, encuentra un atractivo particular en rebuznar detrás –o debajo– de la pintura). No hay caso. Cerrado. Estoy solo y rebuzno. (Mutilado, no temas. Deshuesado no, temas siempre el tiempo. Sus agujas. Nunca sus muletas y las vendas que te restituyen). El acto estaría justificado, en caso de que yo fuera un burro, pero, al ser un hombre, este privilegio cobrizo, arcaico collar de razones, me es negado. Estoy condenado a la gratuidad. Un éxito. El precio de ser. Dije un hombre, pero acaso sea este éxodo, acaso este vacío. Suburbio con credenciales de humanidad clavadas entre la piel y los músculos. ¡Cómo vibra el suelo, las tripas, al roce de mis extremidades indefinidas, anónimas! Anomia envalentonada. Denigrar no es la palabra. Demorar: no es así, sino siempre de otro modo. Dijo la Antena. Cómo se parece todo esto a un ojo cerrado, a un muñón, a un dedo que golpea el vidrio de un reloj, intentando, desesperadamente, detener el tiempo.