Monday, January 02, 2006

El secreto de Sileno (La nueva carne de Manikhem)






“La carne es muerte”, reza un antiguo adagio cristiano. Esta comprobación del estigma finito que se adhiere a los procesos fisiológicos de la inminente podredumbre, irradia su mácula sobre las tablas del yo. Se asume el terror de una disolución, se intuye la evaporación de la identidad en los ingobernables deslizamientos de la carne. Ni el yo, ni el cuerpo como estandarte de una organización o estrato, presentan la garantía de su integridad. La carne se escurre flamígera por todos los costados. Intuimos su esplendente alianza con las vibraciones de Tiamat, de Eris, y donde el roto cantero del caos abunda, Yo no puedo existir. Entrevemos, entonces, que la génesis del horror no incumbe a la muerte fisiológica (la carne posee cierta vida inercial una vez que el encefalograma se resuelve en la línea de muerte, flatline: algunos minutos, a veces horas, determinan la frescura de un órgano reinsertable, donable; el pelo y las uñas prosiguen a oscuras su metástasis silenciosa). Es, por el contrario, el no-lugar de la muerte lo que repele. No-lugar que, cuando despunta, como musitaba afilado el jardinero Epicuro, Yo ya no estoy. La imposibilidad de concebir esto, es lo que vuelve la resurrección posible, decía Lezama Lima. Pero la resurrección, de una vez para siempre, demanda ser perfecta: la carne que renace es celestial, íntegra, subordinada al cuerpo y al Yo; en suma, subordinada a Dios, como al marino vigía en la punta del carajo. La resurrección cristiana desea la integridad del finado, procura no dejar de ser para que la muerte sea, intenta identificarse, solaparse a ella en la culminación de la emboscada: en la muerte no devengo-otro, sino que vuelvo a ser la semilla perfecta y descarnada que siempre fui.
Tal pareciera, en estos temores, que la carne ostenta una vida propia. Pero en ese extremo que es la muerte, en esa desnudez del cadáver, ¿no nos indica la carne, precisamente, su homogeneidad mecánica, su inanimismo inofensivo? Creíamos que en el finado, en el estirado, la carne adquiriría esa cualidad de objeto poli-acoplable que siempre pareció ser, se cuadraría militarmente en la etiqueta de su rigidez, secreto de sabotaje para un esperanzado antropófago, alimento en el plato, barro maleable para el demente productor de vasijas. Nada hay, me temo, de preciso aquí. Esa inmovilidad no desoculta más que el momento de aniquilamiento de una dinámica consistencia. Las fuerzas han establecido una nueva componenda con los gusanares térreos que rodean el féretro, un nuevo agrupamiento al que nuestro excluido montaje yoico ya no asistirá. Esa capacidad de dispersión, cuyas incrustaciones cabecean virtualmente y lamen de continuo la existencia, es la que se oculta detrás del carácter inofensivo del fiambre. La carne, sin duda, era poli-acoplable, yacía abierta a instilaciones otras, múltiples, pero nunca desde las filas de la pasiva, según la feliz fórmula de Cambaceres. Los ornados hedores de su densidad se emitían, activamente y en vida, desde un fuego incesante de entrecruzamientos y empalmes, desde una encrucijada lunar tallada en las alas del pájaro rojo de la alquimia china, avechucho flamígero que tiene y no tiene forma, como el ígneo caos central del estoico estandarte.
Pero prefiero, por ahora, quedarme de este lado de la ambigüedad, en esa imposibilidad que introduce la muerte. Ya nos recordaba Heidegger que la muerte es “la posibilidad de la absoluta imposibilidad del ser humano”, y cuya solidificación como puro posible dentro de los contornos de mi vida, la convierte en mi posibilidad más propia, la única posibilidad pura, irrealizable como tal. Blanchot introduce ahí el tarascón que abre la herida y la extiende nocturna a lo largo de toda la existencia: si la muerte es mi posibilidad más propia es porque ella me desapropia desde siempre (no tomar la paradoja meramente para la joda). La absoluta improbabilidad de mi venida a este mundo, según Bataille, vincula el aleatorio avatar de mi singularidad, con la exigencia-de-que-yo-exista que el vacío en donde ejerzo mi imperio parece imponer (azar=necesidad). No se trata de una destrucción universal o de una diagramada secuencia de aniquilamiento. El limo placentario de la muerte, en el que un esqueleto glacial despierta a danzar su macabra píldora de ludo, arroja la existencia dentro de la irrealidad del yo que muere. Existencia espectral. Trota y corre por su cuenta, entonces, quien quiera creer que el secreto revelado en la dimensionalidad mortuoria consiste en la recuperación victoriosa de lo íntegro, del corcho que evitaría el derrame burbujeante de la carnal champaña. Nosotros, por nuestro perfil de Acapulco, nos zambullimos en el nutriente mixtión, empuñando antiguas bengalas de diamante, y nos agrupamos en la Pornología superior: es la equivocidad de los espíritus muertos, de los Soplos o alientos liberados, lo que la muerte nos convida. Con el gesto perspicaz del que presiente la inminencia de una interpolación, descorchamos un prefijo y lo arrojamos a la más bella (Kallisti): “vivimos de ultra-muerte y también de muerte viviremos” (Saint-John Perse).
Ultra: más allá de. Pero con el mismo impulso desafiante: más acá de. Arribamos a la helénica comarca con un súbito complejo de barbarismo. Ya no sabemos hablar (y sin embargo dijimos Kallisti). Nos aglomeramos o nos perdemos en un interregno larvario, una zona de indiscernibilidad o nigredo alquímica en la que vemos evaporarse la distinción vida-muerte o animado-inanimado. Ese enclave más allá del cual se gesta el espectro de dispersión y el punto de la muerte se vuelve línea, línea que atraviesa como un alternante tropel de algas todos los planos de la marea regulada. Las intensidades despuntan velocísimas, caóticas, como equívocas candilejas de un leonino conjuro. Comenzamos a entender el flatline gótico del que nos habla Mark Fisher, remendando al Neuromante. La línea plana que en el encefalograma indica actividad=0, el instante cerebral en el que cesa toda tracción comunicativa. Pero desde una hechizada vitrina, esa línea gótica es el lugar en donde todo sucede, se edifica a sí misma como la matriz productiva de todo diagonal acaecer. Es el continuum anorgánico o continuum cthulhoide en el que vibra Yog-Sothoth: el umbral, la llave y el guardián del umbral (Lovecraft). Allí nos admiramos como un mero anudamiento o adensamiento del carnaval demonológico de las intensidades, y solo en ese liminar territorio de puro umbral, es posible adquirir, como una afectada retrogradación, el poder eléctrico de las puntas.
Este secreto atraviesa las edades como una piedra lunar debajo del sombrero. Tanto el gótico como la brujería, el gnosticismo saturnal como la magia egipcia, los cultos celtíberos como las africanas posesiones, la alquimia y las tradiciones orientales, forman otros tantos implexos o complejos de esta intuición. Sería inútil confiar nuestro través a la exangüe participación de un tiempo cronológico. Habría que zarpar(se) del muelle categorial hacia los arremolinados túneles del contagio y de la alianza, de la posesión y la propagación. Habría que someter todo ese costal de agujas a una calcinación meticulosa. En medio de un festín tantas veces historiado, los intentos actuales que rozan estas tácticas alógicas no pueden pensarse como un pobre revival de prácticas arcaicas, pues constituyen más bien la continuación inorgánica e intempestiva de una línea aiónica, de un camino de piedras preciosas que se desprende de los encadenamientos históricos, al tiempo que se ofrece como el caldero pre-humano de donde muchas veces surgen, por agotamiento o desaceleración, los callos óseos y las clasificaciones lógicas. Contemplada desde un telescopio encarnado en el hígado del Baphomet, la génesis de estas prácticas nunca se halla en un punto temporal. Ese punto se repite por adelantado, mutando en línea de infinita invaginación: así como Dionisos puede emerger chispeante en el Manikhem, también el Manikhem ya estuvo allí, nadando entre las libaciones de Hécate y los besos que las bacantes prodigaban a los perros salvajes. Toda encarnación es re-encarnación, todo nacimiento es re-nacimiento: xeno-génesis.
La nueva carne del Manikhem no es cronológica, sino eventual; plenario aladeltismo repleto de tensiones y asimetrías plutonianas. El barro abstracto atraviesa en continuum todas las plantaciones de trigo y todos los árboles de manzanas de la reserva, todas las ramas doradas y pájaros célibes, los devaneos marítimos y los ángulos celestes (Khem o Min, Señor de los desiertos orientales, es también el Abridor de Nubes; transmigrado, diríase, en la máquina del último Reich). Nuestro viaje no es, entonces, a la muerte o al aniquilamiento, como a ese punto de irrevocabilidad, sino al país de los muertos, provincia del gótico, tierra de quirópteros y licántropos, xeno-plasma en el que, si existe el crecimiento, es debido al parcial hormigueo de fertilidad que un cadáver enterrado en la tierra desencadena. Estas quitinosas membranas, filamentos, torsiones, capas de vibraciones, puertos de ensamblaje, prótesis activas para una infante a-dicción, desenvuelven y actualizan los circuitos de la carne. El hombre es siempre una interrupción del continuo. Pero si el continuo es discordante y la interrupción se aglutina como un cosmos, toda travesía y recorrido por los circuitos cárnicos es una interrupción de la comunicación y de la reflexión. Hiato acósmico, desplegado anamorfismo, refracción parateo-anametamística (dios equivalente y reversible más allá de la mística). La nueva carne, sin duda, asumirá otro(s) cuerpo(s). Pero según la fórmula lezamesca, qué otra cosa puede ser esto sino el cuerpo misterioso del hombre cuando atraviesa una región hechizada.
La discordia no es más que un bigote del caos, tal y como el cosmos no es más que la línea de rouge que lo artificializa (o a través del cual se artificializa): pero no hay antagonismo, sino siempre participaciones contra natura. Y la Naturaleza es la primera en (re)animarse.
De los labios embebidos del Sileno, brota el secreto como un géiser glandular. Dios de los bosques, dotado de una obesidad casi equivalente a su tolerancia etílica, protector, maestro y posterior acompañante del cortejo del joven Dionisos, se dice que Sileno guarda un secreto que todo heleno desea poseer. Dionisos lo sabe, sin duda, y mucho de su entusiasmo debe provenir de ahí. Entreverado en risas, libaciones y demás ornamentos del continuo festín, aupado en su chirle burro y ayudado por sátiros que en el frenesí multiplicador se confunden con él, Sileno se niega a revelar su sabiduría, cediendo, al parecer, sólo bajo insoslayables circunstancias en las que, agotado por la constante insistencia o la obligación autoritaria, decide desembuchar la enigmática sentencia: lo mejor es morir y morir rápido.
El precipitado del suicidio sería demasiado sencillo de preparar. Es cierto que, en determinadas ocasiones, el suicidio es la mejor recomendación, pero no es a ello precisamente a lo que nos acercamos. Los sufrimientos, los dolores, y todo el horror que acompaña la existencia subjetiva, es algo que siempre animó toda sapiencia, tanto en Oriente como en Occidente. Pero el estigma adosado a ese caos y las vías de momificación como resguardo de una especie eternamente extinta, fueron invertidos en su principio. El relámpago marmorizado y el azar causalizado, trastocaron la sustancia misma del torbellino energético en un mundo domesticado, cuyas errantes bestias no serían más que infelices accidentes, irracionales brotes de malaria (el gótico como una gangrena en el costado del iluminismo) que no deberían haber sucedido.
Pero las catástrofes no vienen a destruir las edificaciones naturales o humanas. La destrucción, como tal, emerge solo en la plataforma de una expectativa conservante. Cada terremoto, cada maremoto, cada tornado, segrega sus virósicas lenguas en varios planos simultáneamente. La excrecencia magmática de un volcán, esa khémica eyaculación infértil, pareciera oponerse a la fertilidad de las espumeantes Nereidas que inundan las costas con sus láminas de espermático cristal. Pero esa pura pérdida es macroscópica. Luego del punto en que los nudos se cortan, una serie de micro-muertes continúa, sin duda, el trabajo de quemar los últimos lunares, pero sus componentes intensivas continúan el reflujo, entrapándose en nuevas relaciones siempre positivas (sangre-veneno / osamenta-gusanos). De nuevo, es la maqueta, el hueso de un archipiélago yoico el que produce la rúbrica negativa. Los movimientos de la tierra, de las placas tectónicas (rozamientos de pubis, rozamientos de esfínteres, decía O. Lamborghini), producen valles y montañas, terremotos y volcanes, orificios marítimos de anillado orbital. Hay líneas de borde, zonas de suspensión, de confusión mítica, en donde se deslizan contagios, contactos, penetraciones naguales, indiscernibles, pero también a partir de donde se reparten las hebras luminosas, se separan los granos de arroz, se maceran y se preparan los polvos, se densifican y se producen las características, se distribuyen de un lado las uñas, del otro los dientes, y tenemos un cuerpo formado, una carne homogeneizada. Aquí se ha quemado a la bruja y transformado el caldero en olla de cocina. Ya no quedan ni órganos sin cuerpo (Frankenstein o el nuevo Prometeo, de Mary Shelley), ni cuerpo sin órganos (Artaud y Deleuze-Guattari).
Sin embargo, no hay opuestos aquí: hay segmentos que cambian de naturaleza, movimientos traslaticios cuyos vértices modifican las líneas en rotación. En todo cuerpo se pueden hallar las líneas cárnicas de desplazamiento, pero toda línea de carne puede derivar también en cuerpos metastásicos. Habrá que devenir baqueano sin logos y conocer muy bien las huellas, las líneas que las recorren, los hedores, las piedras patinosas y los callejones sin salida[i].
Esos son algunos de los peligros que existen en los circuitos de la carne y que constituyen sendas formas de aniquilamiento: la muerte como cerradura (formaciones a “imagen y semejanza”), y la muerte como catatonia (esta última siempre ha servido de modelo a aquella y no a la inversa: la muerte es siempre interpretada según modelos que se extraen de la vida, como la catatonia o el desvanecimiento, o incluso el sueño. Pero ella surge aquí como atravesando todos estos modelos en el continuum anorgánico –a caballo desbocado entre lo orgánico y lo inorgánico–, como un cofre lleno de secretos y de peligros, pero también como ese ultra-remedio contra todo Modelo asfixiante, incluso contra el Modelo mismo que ella parece asumir en esta solve o disolución). Habrá que buscar el agrupamiento bifronte, la coagulación que sea simultáneamente lamida por la reverberancia de las ratas subterráneas, y por los dorados pasos del ave fénix, o acaso del pájaro pong, con sus nubosas alas de mariposa vertical.
Empuñamos la antena y conjuramos la interferencia. Pronunciamos algún que otro verso invocador y caemos hacia arriba (volamos). En un gesto de claro pudor, nos adosamos invisibles a los bulbos de una lluvia coral, y como un asteroide lanudo que evitara la parábola, invencionamos una playa o un desierto, cuya luminosidad proviene de una fogata que polariza a tierra nuestra cola de cometa. Como quería Lezama Lima, exigimos una reconstrucción o una invención en la que los viejos mitos, al reaparecer, evaporarán a Cronos y nos ofrecerán sus enigmas y conjuros con un rostro desconocido (las ficciones de los mitos son nuevos mitos, solía decir). Algo similar sucedía con las citas: invencionarlas significaba injertarlas en un cuerpo nuevo que les diera más sentido que aquel que tenían en el cuerpo del cual fueron extraídas.
Con esto en mente, repetimos a Sileno: lo mejor es morir y morir rápido. El suicidio, como conclusión, ya sufrió el parcial descarte. No hay que engañarse y creer que la no-revelación del secreto garantizaba la continuidad de la existencia, evitando una inmediata ola de suicidios. Sileno solía bromear, era pródigo en mentiras. Aunque ese mentir no puede aludir a una simple sustitución de una verdad por una falsedad. En un terreno acribillado por grados intensivos, urracas titubeantes, inestables equilibrios entre la vida y la muerte, la mentira solo existe como desplazamiento de placas pre-aléticas, a-categoriales. En la boca de Sileno, intuimos más bien una ambigüedad oracular que una llana mentira. La muerte ahí, retráctil, expresa un esmerilado suspenso. Todo en Sileno es así. Baste recordar la copa que llevaba en su mano: se decía de ella que se encontraba siempre llena y siempre vacía (¿un retroactivo glifo del Graal, quizá?). Si nos guiamos por el continuum gótico, esa frase indica la apertura a esa zona anorgánica, la inmersión en la matriz de eterna producción del cuerpo, copa o pileta carnal de intensidad=0 como xeno-plasma (la flatline gótica como xeno-génesis gradual a partir de ese grado de actividad=0: el 0, aquí, no es la nada de la muerte catatónica; como la enfermedad, de continuo inyectándose en diversas gradaciones de inestabilidad o de salud, es la onda pura que distribuye en haces irregulares y expansivos –granada estallada–, los vaivenes del oleaje).
Cronológica o linearmente pensada, esta frase puede apreciarse a la luz de la psicomagia de Alejandro Jodorowsky. Si la muerte es inminente, la expectativa es lo que paraliza. Se requiere un conjuro que pre-realice el acontecimiento, abriendo el tiempo linear en centrifugados sin omphalos. La inminencia de la muerte, en una temporalidad acontecimental, aiónica (sin presente como criterio identitario), se vuelve necesidad acontecida, muerte acontecida. En un presente eternamente evadido, la muerte es inminencia futura y acontecimiento pasado, dilatando esa virtualidad real, literal, hasta atravesar y penetrar todo el cableado vital como una savia dinámica. Un hombre anónimo, temeroso de un augurio recibido de boca de un tahúr, acude al psicomago Jodorowsky. La predicción aseguraba que alguien cercano al hombre moriría, y que ese suceso le costaría mucho dinero. Jodorowsky se propone, entonces, pre-realizar el evento, evaporando el tiempo lineal en divisiones velocísimas de pura brujería. No prefiere aguardar la cumplimentación de un destino, cuya modalidad cronológica operaría como un bloque de presente ubicado en el futuro, esperando su turno para realizarse en el hic et nunc determinado por el yo de la víctima. El ejercicio de psicomagia que realizó en aquella ocasión se ha vuelto famoso, y aquí lo repito como uno de mis favoritos: Sugirió cerrar una ventana y echar insecticida, de este modo moriría una mosca (muerte de alguien cercano); luego debía tomar un billete de 20 y agregarle seis ceros, convirtiéndolo en veinte millones, tomar el cadáver de la mosca, envolverlo con el billete y enterrarlo todo (alto costo de dinero). La predicción realizada generaba así una turbulencia en la línea temporal. Según Jodorowsky, el inconsciente acepta la metáfora y de esa manera el individuo se libera del temor que la predicción le ocasiona. Pero si el inconsciente acepta la metáfora, eso se debe a que la misma es literal.
Semejante es un chiste que Aleister Crowley solía contar, bajo la convicción de que quien entendiera el chiste, entendería la magia. Hablaba de un hombre que viajaba en un tren. Junto a él, se hallaba sentado otro hombre que sostenía entre sus manos una caja llena de agujeros. El primero, curioso, preguntaba por el contenido de la caja, sospechando que se trataba de algún tipo de animal, a lo que el segundo replicaba afirmativamente, explicando que, en efecto, se trataba de una mangosta. Pasaba entonces a narrarle que su hermano sufría de altas fiebres, provocadas, según sus médicos, por alucinaciones terribles y constantes. En éstas, se veía rodeado por serpientes, razón por la cual, el hombre le llevaba una mangosta para que se encargara de ellas y lo protegiera. El primer hombre, perplejo, no podía dejar de hacer notar que las serpientes de las alucinaciones eran imaginarias. Frente a esto, el segundo hombre destapaba la caja, revelando que se encontraba vacía, y contestaba: por eso le llevo una mangosta imaginaria.
Aún si aquí se habla en términos de imaginarios, no deja de resolverse en la aclaración de la realidad de lo virtual o la literalidad de lo metafórico. A nivel aiónico, tanto la pre-realización psicomágica como el mágico combate imaginario, generan un corte temporal en el que el presente se divide en una serie infinita de ruedas de pasado y futuro, irradiando el acontecimiento como pura virtualidad sobre su existencia: entre el momento de la pre-realización psicomágica del acto y el punto cronológico de su cumplimentación establecido en la predicción, el individuo vivirá en el interregno –intermundia–, atravesado por un imposible punto presente que se disuelve eternamente en pasado y futuro. En la magia de Crowley, se aprenden las estrategias de cada esfera: si la magia trabaja con los efectos de la voluntad sobre la realidad, no puede dejarse de admitir que los lineamientos virtuales de lo real trabajan sobre los mismos movimientos de la voluntad, en una multidireccionalidad descentrada. Eso es transitar la Interzona, como Burroughs, o sentir en los infinitos poros de la piel el aliento de aquel que acecha en el umbral, como Lovecraft.
Austin Osman Spare llamaba Postura de la muerte a un ejercicio físico mediante el cual se palpaba el regusto del absoluto Kia o el principio del Ni-Uno-Ni-Otro (Neither-Neither). Este absoluto no solo fuga de la dualidad, sino que también fuga de sí mismo, al convertirse siempre en otro (no está aquí, ni allá, ni en otro lado; como el umbral de Cthulhu, no está en ninguna parte porque está en todas, en cualquiera: es el creer que no puede ser apresado por el creyente o lo creído). El ejercicio de la Postura de Muerte es como sigue (son tres fases presentadas de atrás hacia adelante):

"Yaciendo sobre tu espalda indolentemente, el cuerpo expresando la emoción del bostezo, suspirando mientras concebimos una sonrisa, esta es la idea de la postura. Olvidando el tiempo junto a aquellas cosas que fueron esenciales - reflejando su insignificancia, el momento está más alla del tiempo y su virtud ha sucedido.
Descansamos sobre nuestras puntas del pie, con los brazos rígidos, sujetados atrás por las manos, abrazando y abarcando lo máximo, el cuello estirado -respirando profunda y espasmódicamente, hasta el vértigo y la sensación entra como una ráfaga, concede agotamiento y capacidad para el creador.
Mirando a tu reflejo hasta que es empañado y no conoces al contemplador, cierra tus ojos (sucede normalmente de modo involuntario) y visualiza. La luz (siempre una X en curiosa evolución) que es vista debería ser mantenida, nunca se debería dejarla ir, hasta que el esfuerzo es olvidado, esto concede una sensación de inmensidad (en la cual se ve una pequeña forma), cuyos límites tú no puedes alcanzar. Esto debería ser practicado antes de experimentar lo anterior. La emoción que se siente es el conocimiento que te cuenta su causa
”.

De abajo para arriba:
1) Olvidar el rostro propio frente al espejo, o des-acordarse de su figura hasta que las líneas que la conforman adquieran la consistencia de lo pre-yoico (la X luciferina).
2) La hiperventilación y la exhaustión corporal evitan, como en el Zen, que cunda el pensamiento lógico, abriendo así las oblicuidades.
3) Al acostarse de espaldas y concentrarse en una sonrisa o en un bostezo –gránulos que intensifican el estado de ensueño y relajación en el que se ingresa–, se accede a Yog-Sothoth. Se logra la unión de Zos (el Ego) y Kia (el Ser-Ni-Uno-Ni-Otro). Concentración mediante obsesión o automatización. El brujo alcanza así ese desplazamiento entre la vida y la muerte, la intermedialidad creadora. Aquí, paralelizando otros ejercicios de Spare, se utiliza la carne como sigilo, calcinándola hasta la simplicidad de su implexo, para redireccionarla en el manto purpúreo de su Doble y sus escamas de oro.
Sileno barbudo, con su rostro de encendido hipogrifo, no se cansa de repetirnos: lo mejor es morir y morir rápido. Pero lo oculta. Sabe que los homúnculos que se hacen llamar hombres oscilan siempre hacia la interpretación más estúpida. La ambigüedad del secreto de Sileno reaparece en las funciones que adquiere en relación a los avatares de Dionisos. Sileno recibe al joven dios y lo cuida. Se cuenta que le enseña todo lo que sabe, incluido el secreto gótico. Pero Dionisos, en su calidad de dios, transforma ese secreto en un eterno ceremonial, en un constante ritual tanático, sumergiéndose en la muerte y renaciendo el Zagreo como una luminosa pantera. Muere y renace, como Osiris, con quien se confunde, y de nuevo renace en múltiples tradiciones: orfismo, eleusis, saturnalias. Entre Sileno y los sátiros, ráfagas de contagio también cruzan los campos. Sileno, acabando su labor como maestro de Dionisos, se suma a su cortejo de sátiros, rozando su vejez y pobre condición física con la elasticidad y juventud de su mancornado discípulo. Algunos sátiros comenzarán a llamarse silenos y a Sileno mismo se le referirá como a un sátiro (sin duda, excepcional, anomal) del cortejo de Dionisos, el nacido dos veces. Sileno, en la intensificación de su secreto en el ritual dionisíaco, aumentará su habitual alegría e irradiará su júbilo nómade por toda Grecia[ii].

[i] Alguna intuiciones: Distinción entre flesh –carne viva, pasional- y meat –carne muerta, analítica- (en Angela Carter, “La mujer Sadiana”). ¿Es esta distinción comparable a aquella que dilematiza: seducción-flesh / obscenidad-meat? ¿Habría otra manera de pensar la carne, desde la idea gótica de lo anorgánico: una carne anorgánica? Si pensamos en Baudrillard, la seducción siempre es del objeto, aunque él sabe que no se trata más que de salir del sujeto, del yo. Pero salir de eso, no implica que, al caer en el objeto, caemos en su ontología homogénea, en su física mecánica: la obscenidad se presenta como la pura visibilidad-transparencia, la seducción como pura visibilidad-invisibilidad: pero ambas se aplican al objeto: la obscenidad como lo hiperreal en la fascinación, la seducción como lo escénico del simulacro: pero en el límite de la obscenidad, en el espectro de dispersión, aparece la reversibilidad, el secreto, la seducción, estrategia fatal del objeto, el genio maligno: esa reversibilidad, gesto patafísico, continúa la idea de devenir, de la zona de vecindad entre los reinos, los sexos, los géneros: el continuum gótico de Fisher. Así, la distinción entre la vida pasional de la carne (flesh) y la carne muerta, analítica, obscena, tecnológica (meat), de A. Carter, olvida esta posibilidad que ya marcaba Deleuze, y que enfatizan Baudrillard y Fisher: la carne-meat y la carne-flesh aún son vistas desde el falso dualismo del vitalismo (libertad-pasión) y el mecanicismo (ley causal-fuerza material cuantificable): el maquinismo deleuziano o el reversibilismo baudrillardiano o el materialismo gótico fisheriano, presentan un modo de pensar xeno-vita (cenobita), xenópata: la carne puede ser pensada en su materialidad activa no-mensurable, distinta del cuerpo que la organiza, y como un impulso constituyente extra-pasional o psicológico, donde libertad=necesariedad=azar=destino, todo desde una rueda destetada: ni un pedazo de carne manipulable, analizable, cruda, indigesta, por un sujeto (meat), ni el lugar de la mera pasión definida como instintos animales o meras emociones psicológicas, pensadas como desviaciones u opuestos del yo o alma, aquello de la carne que el hombre debe controlar o abrazar (flesh); sino algo más o(y) menos, algo otro, un realismo abstracto no-formal, una máquina libre, estratega: volverse objeto no es volverse mensurable, sino hipertélicamente obsceno hasta el punto de hacerse reversible, secreto y nuevamente seductor, hasta recuperar en la visibilidad festiva el secreto invisible de la cripta, de la gruta ritual. Lo erótico y el porno reversibilizados en el éxtasis hechizado de la inocencia experimental.
[ii] Esta ritualización del secreto de Sileno, la encontramos socializada y cristalizada en la ciudad y tragedia de Numancia. Estas son alguna de las investigaciones futuras acerca de la zona xeno-plasmática y la carne: Numancia (Historia-tragedia / Religión celtíbera-saturnal / devenires caballos-sangre / nemeton-dioses de la tierra / amputaciones, decapitaciones / Vaso de los Toros / Secreto de Sileno en Cabezas numantinas / Organización acéfala - imagen obsesiva de una tragedia - comunidad no-cesariana / conexión Templaria-Baphomet). Pornología superior: Klossowski, Baphomet y la complicidad demoníaca (, la exterioridad de las fuerzas psíquicas, posesión sin Modelo y Loas Vudú), Alianza con el demonio-anomal de la manada (Deleuze-Guattari), el Bataille brujo y alquimista de El ojo Pineal y El Ano Solar, el hinduísmo filosófico de Asuri, Principia Discordia y Erisianismo de Malaclypse, El Joven (Parodia disolutiva vs. Parodia intensificadora), Teatro alquímico (Artaud), y Teatro Sagrado (Peter Brook), Danza Butoh o Danza de las Tinieblas (revuelta de la carne en Japón).
Información extra:
Manikhem: Gema de Barro, diamante de lodo, el hombre de barro primordial, creado por Khnum el alfarero, luego insuflado de vida (el Golem, el homúnculo de los alquimistas), carbunclo rojo, infeccioso rubí, meta de La Gran Obra. Khem era también un dios egipcio (una confusión con el dios de la fertilidad, Min), y una forma de referirse a Egipto, la tierra negra (extraer la gema del lodo alude también a la transmutación alquímica de la materia en sus tres etapas más generales: nigredo-albedo-rubedo). La construcción lingüística “La Nueva Carne”, fue popularizada por la película de David Cronenberg: “Videodrome”, y aludía a la carne transformada por la tecnología y la simulación. Fue utilizada también, entre otros, por el brujo contemporáneo Andrew Chumbley en su texto “Sabiduría para la Nueva Carne”, en el que la misma indica el “Cuarto Camino” del Cultus Sabbati, y que básicamente denota cualquier estado de Intermedialidad o Encrucijada.

4 comments:

Anonymous said...

juan estas completamente gaga, sos un lima limon. basta por favor basta de esto
gracias.

no nos merecemos esto por favor

El muletólogo said...

hay que firmar y no escapar... especialmente si conocen mi nombre...

Anonymous said...

Floflyyyyyy.. I like you web.. necesito tiempo y paciencia para leerla

Juancito te quiero...Lu

Juan Mariano Dolz said...

Muy bien, seguiré leyendo los textos...

Juan Dolz
¿Te acordás de tu tocayo?